viernes, 25 de febrero de 2011

TAXIS EN PARÍS

Me pregunto si aun estaría yo al final de la barra con los dientes llenos de tabaco mal mordido, y las uñas que terminan en el vidrio de la más fina copa. Y aunque la hora era intranscendental, seguían desembolsando efectivo en las maquinas hambrientas de exquisitos licores.  Los más incesantes bebedores de la ciudad parisina, estaban aquí. El café había parado de filtrar, las gotas caían de ojos ajenos. Cerraba los míos como habito entre cada trago y acto de fumar. Antes de las largas horas intensivas que aguardaban para mí en el avión de la aerolínea francesa, suspendí mi ronda y termine con la última ceremonia del cigarrillo; y con una picara risa en la expresión todo venía a mi presente una vez más.

Cuando mi vuelo aterrizó, mientras mis sentidos dormían bajo la secuela  del vino, el sol parpadeaba  por las ventanillas, los cinturones absolvían a las traviesas criaturas y pocos pacientes abordo.  Mi boleto de regreso  reposaba en el bolsillo interior de la chaqueta de tweed, y mis cien auto-inspecciones antes de pisar el pasillo eran necesarios, advirtiendo que todo está listo para desembarcar y respirar nuevos aires especialmente europeos,  una mezcla enigmática que hacía a mi nariz un esclavo sumiso y humillado.  Las maletas, todas aguardaban mis manos viajeras, y el taxi, blanco por supuesto, frente a la puerta de embarque, esperando mi destino y de alguna manera convirtiéndose en la llave de lo que me correspondía abrir en aquella ciudad que solo me produce algún tipo de estado boho y lleno de frialdad.

Las calles derrochaban arte y contemporaneidad, la arquitectura se hacía brillante en mis pupilas, mojadas por el parpadeo que evitaba. Era imposible despegar mi cara de la ventanilla, y dibujar escenas en mi mente con la moda como inspiración y el amor como un personaje tácito en mi propio filme. Comencé el descenso de mis deseos.El hotel lleno de lujo abrió sus puertas para contemplar un extranjero aire que vino conmigo. Las maletas terminaron en manos ajenas y el elevador despidió mi vista del lobby. La cama se convirtió en mi tumba hasta el día siguiente, cuando el agua resbalaba por mis texturas más delicadas, y la espuma se divertía con mis cabellos, mientras la copa de vino aguardaba al lado esperando un trago profundo y sin pensar.

Ahí estaba mi sombra frente al balcón, desapareciendo con las primeras luces de la ciudad del amor, que me ofrecía una vida hedonista a la cual nunca le daba la espalda, y si a caballo regalado no se le mira los dientes, entonces bienvenido sea el café matutino y el queso azul que avisó su presencia desde la otra habitación.  La fondue hervía a temperaturas menores que mis pasiones mañaneras, pero aun así saciaba mi primera necesidad. Mientras el alimento resbalaba por mis labios inferiores, los tres golpes en la puerta me distrajeron del desayuno, deslice la servilleta y le agregue un sorbo de agua a mi garganta. 


- Su taxi lo espera en el pórtico, ¿Listo para ver París? - se escuchó.

La voz se escuchó para nada aguda y si la boca se creó también para besar, probablemente eso hubiera hecho sin previo aviso. Esa figura en la puerta en fachas bastante comunes, me abrió el apetito de conocer la verdadera cara de la ciudad, aquella que nunca esta visible a luz del día.


 - No tengo el más mínimo interés en embarcarme, en cualquier al azar tour. Pretendo que me consiga usted en persona, una de esas motocicletas de los años 50´s, el estado en que se encuentre carece de interés, será usted recompensada con la más generosa propina- le dije casi al instante.


La criatura parisina hizo la mas fingida de las sonrisas, accedió a mis órdenes, y a su regreso, me lleno de decepción sus palabras.


-No motocicleta monsieur- dijo con el acento perfecto.

Los guantes aun no estaban en mis manos y sus ojos aun no estaban conmigo adentro. La invitación al interior de mi habitación puso un color rosa en sus mejillas.  Pero mi obediente sentido del tacto me salvo la tarde. 


- Tengo un problema existencial, a menos que su presencia me acompañe, nunca podre ver el verdadero Paris, y eso sería una queja que irá directamente al buzón de sugerencias y no queremos que alguien se quede desempleado. ¿Verdad?

(Risas) - No tengo ningún inconveniente de ser su acompañante  cet après-midi-. 


Desperté a mi abrigo, calcé mis dedos, recupere el apetito parisino, y con ella a mi costado, la ciudad  se hizo cada vez insignificante, mis conocimientos solo querían ser alimentados por besos  inocentes y ojos gigantes.  Ella no era la típica devora hombres, que todo extranjero desearía toparse, no era más que un manojo de gestos delicados. No sabía cosas sencillas, pero sin embargo su conversación  no carecía de mi atención, bastante inteligente, su mente ordenada dejaba en evidencia mi desorden.

Si no hablamos de estrellas, hablamos de  elementos de la tabla periódica y de cómo el cielo puede no ser lo que parece. Ella se burlaba abiertamente de cada uno de mis pésimos intentos de relatos  desconcertantes. Parecía conocerlos todos muy bien. Quede conmocionado con todo lo que su mente decía a través de sus labios. No podía contener la alegría que me causaba verle sonrojarse por cualquier nimiedad de la vida misma. Conservadora  hasta la medula, pero torpe al caminar como un caballo al nacer.Seguimos caminando.

Y el puente  me regalaba la vista, los campos Elíseos florecían solo para verme allí parado, frotando mi existencia con su alma. No dejaba de pensarlo pero era hora de dejar la teoría  e ir directo a la práctica, y entonces sucedió, dibuje más que una sonrisa en su boca y ella en la mía. Todo se detuvo, como si la Torre Eiffel estuviera a punto de despegar a la luna en una misión suicida. Las luces de París jamás habían estado tan cegadoras. Pero el taxi llegó en el momento,se detuvo en ese preciso momento.  Se abrió la puerta y sin preámbulos yo ya estaba adentro casi despierto.

¿Qué paso después? Todo siguió su curso, recorrí París como lo tenía planeado, de la mano de mi soledad, oliendo tabaco y el aroma de chanel número cinco. Comprando haute couture y visitando ateliers. Mordisqueando croissants sin pagar por ellos y arrojando monedas a todas las fuentes  vecinas. ¿Y ella?...  Fue algo para recordar, un affair de unos de mis tantos viajes llenos de somnolencia en el que olvidó mis pastillas para "no dormir", sobre todo en los taxis de París. 

#G
Anoche, Gercar lo dijo

Fotografía: Gercar PhotograG https://www.facebook.com/gercarphotograg?ref=hl


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