Todas las tardes, tomaba el bus
en el mismo paradero que yo. Coincidencia que parecía escrita o esperada; quizás provocada, porque toda mi
existencia sentía atracción solo con ver ese asiento del fondo que siempre
ocupa. Ya sé que después de pagar su boleto, saca el libro de 500 páginas. Y sus
ojos se abren aún más, cuando lanza su mirada que parece la primera bala de un
pelotón de ejecución. Con buena puntería.
El semáforo estaba en rojo y las
puertas se abrieron. Bajaban y subían, tacos y maletines. Ternos y zapatos que dejaban ver los calcetines. Cerca de las 6 p.m., después de las jornadas. Los viajes suelen
durar mucho más por el tráfico. Mientras unos leían, otros dormían. Pero mi
pasatiempo favorito era mirarle.
Hoy volvió a subir al bus. Subió
antes que yo. Cuando pase por su costado, sentía esas hormigas que caminan por
tu piel, cuando algo te pone muy nervioso. No es la primera vez.
No les ha pasado que miras a
alguien que no conoces porque crees que te está mirando, y ese jueguito de
miradas, siempre nos tiene en suspenso, tratando de adivinar que está pensando
la otra persona. Tratamos de descifrar el interés detrás del acecho. Insistimos
en mirar pero ¿Que tan lejos llegamos?
Si a ti te ha pasado lo mismo,
¿Has hecho algo para saber qué pasaría si te atrevieras a hacer algo más que
mirar? ¿Hablarle?
Sabemos que las posibilidades de
que termines en una comedia romántica, a lo cámara secreta, son pocas. Para mí
es como un deporte crearme historias en la cabeza. Involuntario por supuesto.
Empecé de reojo a ver que hacía y
lo encontraba mirándome. No es la primera vez que lo hace, y no es la primera
vez que empezamos esta batalla de miradas. El primer round sirve para reconocer
e identificar que ya somos contrincantes de siempre que el día de hoy empezaremos
una nueva lucha en el ring (en el bus), Gana, aquel que, logra bajar la mirada
del otro, por intimidación o por lo que sea.
Le mire detenidamente, hasta que
se dio cuenta y me devolvió la mirada. Me puse rojo como un tomate, y baje la
mirada, Segundo round a su favor. A la tercera, se quedó mirando a pesar que lo
miraba, ninguno bajaba la mirada. Entonces llega ese momento incomodo en que
sabes que debes mirar hacia otro lado, pero quieres llegar más lejos…
Estaba cerca, mi mirada no era
tan depredadora como la suya. Su cabello
era lacio, esos que se lleva el viento de la ventana abierta, parecían una fantasía
en cámara lenta. Su piel blanca, sin necesidad de tocarle, supe que era suave y
sedosa. Sus labios necesitan otra historia para hablar de ellos. Son rosados y
acolchados, con calidad y necesidad de
ser mordidos. Cuanta inocencia.
¡Donde hay un traductor, que diga
que quieren decir esos ojos! Ya que me diga de una vez que quiere al mirarme así.
Necesito un app que escanee sus pupilas y me digan en mensajes de texto sus
intenciones. Porque conozco esas miradas, ya me encontrado un par de esas en
discotecas y bares. Todas terminan haciendo exactamente lo que pensamos, todas
terminan bajo sabanas.
Debería ir y sentarme a su
costado y terminar con este misterio de una vez. ¿Cuántos años tendrá? ¿19 o
20? Esa cara de inocente tiene mirada de fuego, ese que arde en los infiernos
de la cremallera. No le diría hola, ni le preguntaría la hora, ni que libro está
leyendo. Trataría de oler cada pedazo de piel sobre su cara. Si me siento a su
costado ahora, no sería para conversar. Tengo que actuar (debo estar perdiendo en control de mis impulsos). Iré al fondo del bus, y me
sentare en el asiento vacío de al lado.
Continuara…
Gercar lo dijo
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