Yo caminaba hacia el fondo del
bus, dispuesto y preparado para escuchar
lo que podría ser un sí o un no. Ya estaba cerca de sentarme a su costado como
lo tenía planeado, el asiento estaba vacío y mi cuerpo lleno de nervios. Pero
la pata del animal que manejaba la lata de sardinas donde estábamos, pisó hasta
el fondo el pedal del freno, y parece que mis agujetas eran más sabias que yo,
y me tendieron una trampa de torpeza que me enredé los pies y caí en cámara
lenta encima suyo.
“Discúlpame!” exclame al momento
en que caían mi vergüenza, mi cuerpo y su libro. Me senté al costado, en el asiento vacío, tan vacío
como mis cuerdas vocales que no pudieron pronunciar nada más. El color rojo de mi cara avergonzada no me
dejaba ver que cuando caí por la frenada del bus, sus manos se levantaron
dejando caer el libro y me cogió del brazo para que no me cayera. Así que le
dije con efecto algo retardado, gracias. ¿Filantrópico? o algo sacado de una película
de Woody Allen. No me respondió, solo sonrió de lado como un gesto amable.
Pero sus ojos me decían otra cosa
(Quizás piensan que soy un loco que ve fantasmas donde no los hay y les puedo
dar la razón). Era la primera vez que lo veía de cerca, siempre lo veía en el
paradero o a muchos asientos de distancia. Pude ver sus ojos mejor que esas
veces, eran de color miel o algo más dulce, desde las distancias anteriores parecían solo dos brillos que apuntaban hacia a mí como un francotirador.
El tráfico hacía del camino algo
eterno, tan eterno como el libro que estaba leyendo. Por la esquina de mi
córnea trataba a reojo de mirarlo… Era un libro que yo ya había leído, y estaba
en la parte del purgatorio, mi favorita. Era fascinante cómo Dante podía
describir cosas que no podía ver y que no existían. Se inventó todo y gracias a
una mujer… Lo que puede hacer una persona ¿no?
A veces sin querer te conviertes en la inspiración de alguien más.
Quizás nunca lo sabes. Ahora mismo aquel que estaba a mi costado se había
convertido en mi inspiración y no lo sabía.
Estornudó de repente como tres
veces, yo me hice a un costado tratando de evitar el virus, se disculpó.
- ¡En qué pecado estás? (le pregunté)
- En la Lujuria- respondió.
- ¿Ya sabes cómo se castiga a los lujuriosos?
- No, aun no sé. Pero si sé por qué llegaron ahí… (sonrío)
Su mirada se clavó en mi cara. Ese
segundo y medio en que me miró a los ojos, parecían horas de interpretaciones y
búsqueda de respuesta. ¿Por qué su mirada es tan poderosa? Me da escalofríos,
pero me encanta. En ese momento, tuve que hablarle en su idioma, con mi mirada.
Mientras nos mirábamos el volteaba la página hacia un nuevo capítulo (el mío?).
Habrá entendido lo que le dije
(con mi mirada). Porque lo que su mirada decía para mí tenía mil significados. El
tráfico empezó a desaparecer. Cerró el libro y cerró los ojos como alguien que
está a punto de dormir un poco antes de bajar.
Su garganta pasaba la saliva y
dibujó la silueta de la manzana de Adam, pude ver como bajaba y subía. Aproveché que sus ojos se cerraron para mirarle descaradamente. Es sexy, tan sexy que
podría aventarme encima, besar y lamer cada pedazo de su cara. Arrancarle la
camisa mientras salpican los botones. Y NO, NO puedo controlar estos
pensamientos.
Su cabello se le caía en la cara y lo empujaba con un
soplido para alejarlo. Yo estaba en erupciones volcánicas sureñas... Cuando reaccioné faltaban dos paradas más
para bajar (pero también tenía otra parada abajo que no me dejaba pensar).
Se acabó todo, es hora de
bajarme, ¡¿Cuánto tiempo pasará para volver a ver su cara, su libro, y sus ojos
espeluznantes?!. Me puse de pie, y sentí que una bestia me acechaba, como cuando
pasas por una jungla y pisas una rama que despierta a los depredadores.
Mi garganta se secó, pero tenía
que hacerlo, así que mire atrás para verle una vez más antes de bajar. Y ahí
estaban, esperándome sus dos ojos sobre mí. Esto no es normal, me empecé a preguntar ¿Me conoce? ¿Lo conozco?
¿Por qué me mira? ¿Por qué lo estoy mirando? ¿Para qué?
En medio de esa ola de preguntas
sin respuestas, toqué el timbre para bajar en cuanto el bus se detuvo en el
paradero. La bajada estaba al costado de su asiento. Ya no miraba, había abierto nuevamente el
libro, escribiendo algo encima. Creo que todo está en mi cabeza. Ya no debería
ver tantas películas…
Empecé a descender por los
peldaños de la escalerita de la puerta, la gente me empujaba para bajar y otros
para subir, el paradero era un caos hasta que su mano me detuvo, al voltear a
ver qué pasaba era él.
Todo era confuso, quizás me
olvidé algo en el asiento y me lo quiere devolver. Qué amable. Pero qué
extraño, tengo todo, celular, billetera, maletín… La gente seguía subiendo y
estaban a punto de cerrar la puerta y yo tenía que irme, me agarró la mano y
puso algo en ella.
Los cláxones de los carros y gritos de los pasajeros, insistían en que el bus debía avanzar más rápido,
“Oe baja pes hermano” me gritaba el microbusero.
Volví en mí y bajé rápidamente. El semáforo estaba en verde. Casi caigo al
bajar. El bus se iba y podía ver su silueta desde la parte trasera por el vidrio.
Ya era de noche y caminé un poco
con el puño cerrado. Ansioso por saber. Cuando abrí mi mano era un pedazo de papel lo que tenía. Reconocí de inmediato lo que me entregó; era el boleto
del bus arrugado, esos que entregan a cambio, cuando pagas el pasaje. Al desenvolverlo,
estaban escritos nueve números, y una letra.
No necesite más pistas, su nombre
empezaba con H.
Continua…
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