sábado, 30 de octubre de 2010

EL TITIRITERO

Que exquisitos, hacían heridas los hilos en los dedos del titiritero, siempre trabajando aun cuando el telón cayó. Jugando al ajedrez de la vida con los individuos dóciles, abusando del libre albedrío, haciendo de sus mentiras mucho suspenso.

Pobre joven rico, ese era Lucas solucionando sus caprichos con chispas de berrinche. Con la inmortal costumbre,sus zapatos dejaban evidencia de sus pasos enlodados, y las nodrizas gateaban en su afan de borrar evidencias consintiendo al no tan niño. Cuando nadie lo veía ahorcaba a los peces que daban vida al pasillo, sus puños húmedos chorreaban gotas saladas a lo largo del espacio. Sus mocos terminaban en sus dedos y morían en su boca. Pelos hechos serpentinas, ojos color del cielo despejado, piel poblada por lunares, y pecas invadiendo sus mejillas. Sus botones, todos cerrados, un joven de garbo resaltado. Prepy pero con perversa intencion, haciendose pasar por la presa.

Todos los martes la sala de estar era el club de la película, el pop corn se desbordaba en aroma por toda la mansión, y las ventanas blindadas por cortinas encueradas. Simón jamás hubiera sido testigo de tal tarde, pero necesariamente lo fue.

- Edica, paso a saludarme en la mañana, con las galletas. Me dejo un beso y se fue prometiéndome estar a tiempo para el club del cine.

- ¡De la película!- corrigió Lucas- Tal vez nunca termino de vender las galletas, o quizás se entretuvo como siempre donde Doña Inés.

- ¿Quién es?

- Doña Inés.

- Pero quien es

- La tía de Bernardo

Dos, tres palomitas de maíz morían en la boca mientras respondía atentamente, con la pantalla en azul, y la puerta entre abierta aguardando la llegada de Edíca.

- Bernardo y Edíca, son buenos amigos desde que aprendieron a caminar- término de hablar Lucas.

Un fuerte azotó de la puerta, permitió que la canchita se quedara un buen rato en la garganta de Simón, sus ojos rojos de la toz indomable, provocaban palmadas en su espalda. Alguien entró

Edíca era una muchacha tan dulce como su voz, sus cabellos lacios, caían como cascadas capilares sobre su blusa bordada. Entró y de un beso calmó el asfixio de Simón. Se sentaron sobre el sillón de tres, y Lucas se recostó en el sofá de dos, patas arriba y dedos como rastrillo halando sus rulos hacia atrás. Edica tenía una inconformidad en el semblante, pero no era tiempo de nada en ese momento, dejo el pendiente para cuando a solas con Simón.

Los besos de ambos sonaban como soundtrack de fondo, Lucas y su inconformismo no se hizo esperar. Con la excusa en el bolsillo salió disparado al baño. Lucas jamás repara en hacer a un lado todo lo que le estorbaba…

- Hoy demoraste transitando- dijo Simón.

- Las galletas más caras las compra…-intento decir Edica.

- Doña Inés - le corto Simón.

Rozo la frente de Simón clavándole ternura a los ojos y dejando caer un beso sobre la punta de su nariz.

- Exacto, que listo eres- dijo la niña dulce.

La luz del día ya no existía, y la del techo tampoco, un absurdo apagón puso en silencio la casa. Y lo nerviosa que es Edíca, sus gritos estaba en la punta de su lengua a punto de salir a jugar. No había nada más escalofriante para ella que la oscuridad. Simón era más avezado, cogió la luz de los fósforos y uno a uno los dejo caer mientras estos se agotaban, y caminó al pasillo.

- Tú me esperas aquí- dijo, mirando a Edíca.

La luz de la luna era suficiente para alumbrar el suelo donde descansa la sombra de la ventana, ahí sentada de cuclillas esperaba a sus amigos.

- BU, no te asustes, tontita, no seas hipócrita, te da miedo la oscuridad y no t asusta besarte con Bernardo a escondidas- la voz de Lucas dejo aun mas helada a Edica, mientras Simón tardaba.

Edíca, cometió la imprudencia más grande de tapar su grito de susto ante la voz sorpresiva de Lucas. Y ese silencio fue el más dulce que saboreo el titiritero. Los ojos de Edica se volvían como el de un gato esperando clavar sus garras en la cara de aquel que lo baña, pero ese silencio suyo fue tan decisivo. ¿Por qué no se defendía desmiento a Lucas? ¿Es que acaso la dulce niña en verdad no es tan dulce?

Las velas se asomaron desde la puerta de la sala en las manos de Simón. Edica corrió hacia su espalda y se tapo como una niña tras las faldas de su madre. Simón inclinó la mecha hacia el cenicero, y la cera se precipito en gotas sobre él, para formar la base, instalo la vela y acaricio los brazos de Edica como para calmarle el frío.

Lucas, dibujaba la sonrisa torcida sobre sus labios. El bolso de Edica estaba en su regazo, y abriéndolo sigilosamente dijo:

- ¿Esto es tuyo?- sacando un pañuelo azul marino con rayas náuticas.

Las luces volvieron, las velas aun aguardaban ser sopladas, las nodrizas murmuraban tras la cocina, y los perros mansos ladraban uno después de otro.

- ¡Es de Bernardo!- gritó Simón- ¿Por qué lo tienes tu?- dirigiéndose a Edíca.

El trabajo de Lucas había terminado. ¿Qué deseaba Lucas? ¿Quedarse a solas con Edica? Señores una personas como él tiene siempre lo que quiere y nunca se arrepiente de nada. ¿Por qué era así? ¿Porque ese juego insistente?, acaso su mente en verdad estaba desquiciada, como decía mi abuela, es un loco astuto que jamás dará señales de su padecimiento, pero actuara en forma tacita siempre. La inteligencia era una de las virtudes de Lucas, pero cuando se usa para maniobrar, no puede ser bueno por ningún ángulo.

Era solo un pañuelo ajeno en bolso ajeno, quizás Edica lo uso para envolver sus galletas, pero la actitud exagerada de Simon, hasta el momento parecía inexplicable. Será que era un Otelo adaptado a la urbanidad.

- Porque lo use para secar mis lagrimas, no es fácil asimilar cuando t cuentan que…

El silencio de edica y el desvió de su mirada, era toda la evidencia para consignar al culpable (pensaba Simón) así que dejo caer el pañuelo y cruzo rápidamente el pórtico, y lejos de seguir el caminito de piedras, pisoteo una tras otras las flores del jardín tomando un atajo así, hacia la calle, pues no tenía que ir tan lejos la casa del frente era el escenario donde se daría lugar a los hechos.

Dos, tres golpes en la puerta de Doña Inés dieron preámbulo a la escena. Simón, siempre maquillaba sus inseguridades, con su iluso oído que escuchaba las excusas de Edica. Pero un pañuelo podría ser el cuerpo de delito en esta situación. ¿En verdad engañaban a Simón?

- Ese pañuelo, te lo regale yo, cuando niños, y cuando grandes tú se lo darías a la persona que mas quisieras – recitó un Simón encorajinado, frente a la puerta que se abrió.

- Es verdad, yo te dije eso. Y se lo regale a Edíca, porque ella es… -intento justificarse Bernardo.

Pero no hubo tiempo para más, y con la fuerza de un auto chocando a otro como a mil kilómetros por hora, impacto Simón sus puños sobre la chaqueta de Bernardo; una tras otra las gotas de sangre coloreaban la pared de mármol, mientras el agresor azotaba a Bernardo contra la misma. Medio vivo, termino de respirar sin saber su último suspiro, cuando las manos de Simón hicieron una vuelta olímpica a su cuello. Doña Inés seguía dormida.

Lucas lo contemplaba todo desde su balcón, el gran todo poderoso, disfrutaba el jaque mate de Simón. La persecución duro lo que un suspiro, a los tres días Simón término vistiendo rayas entre cuatro muros gigantescos. ¿Y Edica? ¿Cómo se sentía ella? ¿Qué era lo que tenía que decir?

Doña Inés, envuelta en un luto inconsolable despedía a Edica desde la ventana del comedor mientras la dulce niña, arrancaba flores para llevárselas a la lapida de Bernardo. La vieja tomo asiento frente a las leñas que se consumían dotando de calor su acogedora casa, su expresión era tan muerta como la de su sobrino, una solitaria lágrima corría sobre su pómulo acompañada del rímel. Introdujo las manos en su bolsillo y dejo a la vista un pedazo de papel mal cortado, pero con letras muy puntuales.

Uno, dos, tres golpes en la puerta, provocaron un sobresalto en su tranquilidad, abrió, y Lucas entró sin invitación, y abrazo a la anciana mujer, que cerraba los ojos dejando caer sobre el joven, su hombro y algo mas…

Palabras de pena y consolación actuaron de la boca de Lucas, termino el acto y se marchó vio la puerta cerrar tras de él y se dirigió casi huyendo de ahí, hacia su casa. No llego a entrar, pues la curiosidad desato en él una rara expresión mientras leía el pedazo de papel que encontró en la casa de Doña Ines, y leyó. El viento paso por su delante, en el pórtico de la mansión, ahí con el gesto más escéptico, arrugó el papel con ambas manos mientras bajaba la cabeza entre sus rodillas ¿Qué pensaba el titiritero? ¿En que había mejores formas de vengarse de Bernardo por dejar al descubierto su amistad con la hierba?

Señores la función había acabado, Lucas dejó caer lo que los ojos no saben retener, el papel y el contenido seguía aun en suspenso, en sus manos sudadas, tras el telón el artista también llora. Solo ahí sentado, con amigos muertos y encerrados, y algunos otros destrozados, no tenía a donde desatar todos los nudos de su garganta. Pobre pobre Lucas no solo había provocado el encierro de Simón, sino también la muerte del hermano de Edíca. 

#G
Anoche, Gercar lo dijo

Fotografía: Gercar PhotograG https://www.facebook.com/gercarphotograg?ref=hl

martes, 19 de octubre de 2010

LA SAL

                           

"¿Que,Quién soy? ni yo lo sé con seguridad, pero sé más del efecto que en la herida hace el limón y la sal. (Fueron sus palabras de introducción). El mar esta celoso de mí, más sal tienen mis costas que sus profundidades.

Me visto de café (continuo hablando, pero inapetente de dialogar), con zapatos sin rastro de limpieza y con gotas de llanto que corren bajo mis ojos,

¿Ridículo? (se preguntaba y respondía al mismo tiempo que limpiaba sus narices). ¿Ridículo? ¿Solo porque escribe un hombre que a sus años aun no sabe porque llora?

(Repentinamente exclamó) Sí lo sabe, pero es mejor guardar los secretos más hediondos que hasta ayer huelen. Esto no es una introducción, es un grito de auxilio. ¡Gatos negros! (mirando al par de mininos que albergó en su jardín desde hace dos viernes) Ustedes de ahora en adelante serán los oídos perfectos que estuvieron buscando mis acongojadas palabras.

Cada maullido será un secreto más que se revele, ustedes maullaran por mí. Cada grito, un trago amargo que tuve que secar. Pues yo de bebidas no se demasiado, pero de sobredosis puedo dar una cátedra digna de un titulado incluso con "docTARADO" (Tenia humor el decrepito).

Yo jamás hable a espaldas de nadie hasta antes de los quince. Cotorrear de los que están ausentes al momento de mencionar sus defectos mas icónicos, que poco sugestivo para mi cotidianidad.

Cuando la cajita de pandora se abre, no hay nadie que quiera confesar que lo hizo, ese es mi problema. (Hablaba y sacaba el exceso de cabello blanco de sus patillas).

Pobre niño que tuvo que crecer fui, pequeño debió quedarse, sin educación, libre como un adefesio que corre al campo en busca de altura y un buen pasto. Su unico sueño era bailar en la arena mientras lo visitaba una que otra ola, un bautizo diario.

Sus cabellos rubios ahora eran oscuros, sus labios seguían rojos por el picante de su mentir descarado. Y sus uñas crecían solo para herir al prójimo.Fiero" (Termino de hablar)

Pobre anciano, tosía mientras los felinos enroscaban sus colas en el bastón del venerable. Pobre y más pobre su alma, llena de agujeros, un colador, un colador era su pecho.

Su relato no tenia sosiego, toda la sal que en su camino había, era el resultado de su mala suerte, fuerte, demente. Lentes a sus ojos para que no tropezara fueron necesarios.

Soplaba la flor del diente de león, y estornudaba a cada movimiento del aire. Fobia a su sangre corriendo fuera de su cuerpo, eso lo desfallecía.

Cada vez que podía volvía al asiento, lo hacía con la nueva comida para los gatos del tejado. Esos animales eran su dosificación, para evitar pagos al cementerio.

Desterrado por sus ambiciones, codiciando lo remoto. Venerando dioses, espejismos de su sedienta fe.

Que dolor, la sal aun seguía acabando con su suerte, mientras los gatos seguían esparciendo pelos. “El hubiera no existe” (cantaba en cada pausa prolongada de su monologo).

¿Que poseía?, ¿Que dejó?, ¿Que deseó?, ¿Qué lo haría sentir mejor? Regresar la tierra a la órbita que imperaba hace décadas atrás, cuando el anciano pensó que viviría hasta los cuarenta, rodeado de oro y belleza; sin embargo terminó alimentando dos gatos negros, que lamían la sal de sus heridas.

Pobre y más pobre, era el hombre que se reflejaba en los ojos cerrados, pobre y más pobre el anciano con el que soñé. 

#G
Anoche, Gercar lo dijo

Fotografía: Gercar PhotograG https://www.facebook.com/gercarphotograg?ref=hl

lunes, 11 de octubre de 2010

SOLO EN CASA

Solo en casa, el sueño de todo joven, solo, sin medidas, no reglas que seguir ni que crear. Sacándole la vuelta a la mañana, mandando por un tubo al inquieto despertador haciendo tic toc sin mi permiso. Solo, fumando dos, tres toda la cajetilla llena de cáncer benigno si se trata de pensar. Me quejaba toda la temporada de una casa sobrepoblada, ahora con este déficit familiar, la música puede alcanzar toda su magnitud y romper no solo mis oídos sino también los del vecino.

Sin nada más que unas galletas con mermeladas, Rafaela y Eleazar estuvieron toda la corta noche filosofando con lo indescifrable de mi mente, cuando no se daban cuenta mis nervios hacían de las suyas. Poco después se marcharon por donde vinieron, el cerrojo hizo bulla al golpearse con la puerta que se cerraba tras sus espaldas; yo, por mi lado, bailaba con la escoba borrando evidencia de su visita. La televisión se oscureció tras un botón, conecte la música y se apodero de la habitación, mis dedos se entrelazaban haciendo sonar los huesos uno con otro los nudillos. Subí las escaleras dejando las luces apagadas, el jardín estaba con la puerta cerrada y la mampara acaramelada. Las escaleras parecían infinitas, pues mi paso glaciar me tumbaba a la cama. La música seguía haciendo de las suyas y yo no tenía problemas con eso. Las cortinas se elevaban de su paciente reposo por culpa de la ventana abierta, y si la noche estaba furiosa los adornos sensibles al viento cedían ante la gravedad contra el piso. El sube y baja de mi garganta impedía el paso del agua, mientras leía las revistas de mi hermana mis manos se congelaban y ni que decir de mis pies, dos cubitos sobre la sabana recién lavada. Me envolví en la frazada de mi madre, pues la mía estaba aun en la lavandería, la empleada muy antipática me dijo que no estaría lista sino hasta el lunes por la tarde. La habitación de mi madre y mi padrastro solía ser la mía, pero hubo un tercer milagro que nació cuando mi paciencia caduco, y era necesario compartir cuartos, y pues el de ellos era el más grande. No me podía quejar, había suficiente espacio en las paredes tapizadas para pegar mis fotografías.

La guitarra de mi padre duerme siempre a mis costado, y la lamparita rustica siempre me regala luz en la oscuridad de mi cueva. Los enchufes todos desconectados, los libros empilados en el mueble remodelado y mis humos se perdían en el ambiente sobre la alfombra. Tenía mucho frío, mi nariz se quejaba de mi falta de cariño, y el golpe de las 3 am cayo a mis ojos irremediablemente.

Al principio me sentí como un oso invernando, imperturbable; el tic toc seguía su ritmo y los grillos coreaban la noche. Mis pasos se escucharon en la cocina, la sed coqueta de mi lengua tenía que calmarla, pero también me acompañó mi manía de ir al baño a oscuras solo por unas onzas sobrantes en mi ser. Mi mamá se encorajina siempre de mis pies descalzos sobre el parquet de la sala y peor aún, sobre la mayólica de la cocina,

- ¡vas a resfriarte y no tengo plata para el doctor! – dice casi gritando cada vez que me escucha en esos rituales.

Pero esa noche ella no estaba, nadie; sólo yo y la casa. Regrese a mi cama desplomándome sobre ella, jugando con mi almohada y contando ovejas, el sueño había renunciado a mi jerarquía sobre él. Podía ver los ácaros volar, la luz de luna se colaba en el espacio entre la pared y la ventana, la puerta estaba casi abierta para que transite el aire. La cama de mi hermano disfrutaba la ausencia de él, y sus caballitos de madera todos vigilaban mi pernoctar.

Vertiginosamente me despoje de la pesada frazada que ya empezaba a llevarse bien con mi cuerpo y corrí a la cocina, ¡Esos pasos no eran míos!, y la lavadora automática ya se había apagado, entonces ¿Que ocurría? Nunca en mi vida había sentido miedo por los fantasmas, es mas creo inquebrantablemente en el embuste de su existencia. La gente siempre tiende a cubrir su conciencia creando historias inverosímiles y carentes de sentido común; mi prima vio a la abuela en la ducha una vez, y el tío Ignacio juro haber hablado con su hermana , la tía Antonieta; yo disfrazaba mi contrariedad con los oídos atentos y la boca abierta para dar fe a sus relatos. Era un niño difícil de estafar, y sí, tengo miedo, pero a los seres vivos, ellos sí que pueden herirte sin necesidad de una sabana con dos agujeros ¿Podía temerle acaso a algo más que a mis erradas decisiones? ¿A mi mundo clandestino que cada vez cuesta más mantener velado? ¿Acaso esos sinsabores que se convierten en tragos amargos pueden ser menos desafiantes?

¿El viaje se había extinguido? No era hasta el lunes por la noche que esperaba la invasión genealógica. Me calcé las pantuflas azules que mamá compró hace solo un par de días, cogí el bate de beisbol que se había convertido en un recaudador de polvo de armario, y sigiloso avance bajo el techo apagado, el frio hacia música a mis dientes y mi garganta se hizo un nudo indeseable. La cocina proyectaba desde el pasillo una sombra balanceándose, mi papa de cuclillas sobre la mecedera de rafia se hallaba cantando la canción que había compuesto a mi madre tiempo atrás, el frío siguió escalando por mis recovecos, yo estaba conmocionado, mi mirada era perdida e inexplicable, el bate se desentendió de mis dedos y cayó sobre mis pies esperando el grito de mi boca estupefacta, que podía decir en ese momento, no escuchaba la voz de mi papa desde que su cuerpo fue puesto bajo el epitafio de su lapida.

#G
Anoche, Gercar lo dijo

Fotografía: Gercar PhotograG https://www.facebook.com/gercarphotograg?ref=hl

miércoles, 6 de octubre de 2010

LA NOCHE INCOMPLETA




Las agujetas de Sandro se enredaban en sus dedos, el anillo bañado en oro no era de mucha ayuda. Se desprendió paciente de su pesado calzado, y corrió casi poseído al baño a charlar con el agua, no eran horas para que el sol despertara. Era que algo más que el sudor y un sueño poco llamativo, provocaban cosquillas sobre su amilanada piel. ¿Por qué la emergencia de despojarse de su cálida cama? El otoño, capullo aun, estaba a punto de volar. Cerró la llave de la ducha, la última gota cayó sobre el pulgar izquierdo, estiró un brazo, golpeando la mayólica de la bañera con el otro para evitar caerse y cogió la toalla que ya estaba mojada. Sus nervios los apagó con el café recién filtrado, su estomago lo lleno con las tostadas de los miércoles, pero era martes; sabíamos que Sandro jamás seguiría la dieta para bajar su glucosa al pie de la letra. Afortunadamente no encontró la mermelada casera que tía Greta quincenalmente deja sobre la alacena junto a los espárragos que claman por ser cocinados pues son un poco alérgicos a las telarañas.

Que semblante poco favorecedor, que ojos tan chinos, un desorden total, usando la espátula del primer cajón para calmar la comezón en la parte del revés que nadie alcanza. Si existe un hombre que nunca se sorprende por las nimiedades de la vida ese era Sandro. Lanzó la taza casi intacta sobre el lavaplatos, sopló las trizas de las tostadas restantes que terminaron desmayadas sobre el suelo parquet, cogió el primer diario de la pila de revistas y sobres que el hombre del correo deja en su pórtico; nada mal para un adicto a la televisión que terminaba su secundaria odiando a la profesora Maguiña, mujer vigorosa, ordenaba seis novelas por semestre ¡pobre de aquel que no memorizara la biografía de cada autor! ¡Cero cinco! .Sus manos mojaban el papel de tintas negras, pegaba las letras pequeñas a sus empañados anteojos que necesitaban el contacto con la franela, volteaba la página desordenando las hojas, su índice tendía a empujar el resbalar del armazón por su nariz. Pelaba las mermas que se desprendían de la parte de la uña que está cerca a la piel, y si sangraban introducía el dedo hasta el nudillo en su boca. Sandro jamás escuchaba las noticias, sin embargo ahí estaba la cajita parlanchina aguardando por electricidad a sus circuitos; coloco las almohadas de su habitación sobre el sofá y la mesita del medio soporto la comodidad de sus pies.

Un botón tras otros sufrían el peso de las yemas dactilares. Cansado del mismo ritual, se puso de pie, dejando caer los periódicos de su regazo. Camino un par de pasos, no muchos pues el espacio no era grande. Apoyo las manos sobre el barandal separando las piernas,y  robándole a la calle un poco de aire, respiro profundo.Sus pestañas se juntaron para dar paso a un diminuto instante de laxitud.Abrió nuevamente los ojos; el único aire que habitaba en su rostro era el mismo de la mañana en la ducha, extraviado en las escenas de la noche que apenas acaba de desaparecer con las primeras horas del sol. Pero deposito su existencia sobre sus jeans y una remera que aun le hacía justicia a pesar de dos años sin usarla y diez kilos de más; inapetente piso la ciudad a pasos pausados, sin gracia, sin prisa; mirando las vitrinas de las más prestigiosas tiendas, y curioseando en el puesto de discos.



 ¿Qué rayos les pasaba a Sandro? ¿Donde estaba el teléfono más cercano? En qué momento empezaría la jornada de amistades arribando a su lugar. ¿Ya pronto empezaría a fotografiar las costas de Lima con las olas dominadas por los hombres avezados? Nada de lo que hacia era igual a todos los días antes de anoche. Repentinamente un dedo golpeó su hombro. Antes de voltear un sobresalto lo sacudió en su eje (la conciencia hacia de sus nervios un parque de diversiones) y sudo la gota mas helada de todas. 

- ¿Era tan difícil avisar que no venias?, una voz afónica golpeo el aire tenso que deambulaba en el ambiente.

Un dulce silencio digno de un sordo se dio lugar.Un cuadro tan pálido se trazo en todo segundo. Que frio me dio imaginar el semblante de Sandro en ese momento, con sus labios torcidos dejando distancia suficiente entre ellos para que un mosquito entrara y saliera por lo menos unas cincuenta veces. Era una voz diferente pero reconocible y muy desinformada. Sandro sacudió la cabeza estiró la sonrisa mas simulada, voto sus cerquillos hacia atrás soplando hacia arriba.


- Estuve ocupado toda la tarde desde las seis, ¿Te acuerdas que te dije que si lo terminaba llegaría?, pues no lo termine.- Respondió a aquella voz que parecía conocer.

- ¿Era tan difícil avisar que no venias?- repitió y siguió- Miranda enferma en la casa y tu ausente, no había mucho que hacer- continuo con la voz que se hacía más insoportable en tiempos de gripe.

Sandro, estaba inquieto, deseoso de continuar transitando solo, sin ninguna otra voz que lo atormentara. Pero Darío es alguien de quien nadie puede escapar, el más chicle del planeta Tierra. Y sin ir más lejos su mejor amigo.

- Tus llamadas las tengo contadas, y pensaba devolvértelas quizás en un par de horas más, no amanecí muy bien, llegue cansado anoche.- Respondió Sandro con los labios acalambrados.

- Pensé que no saliste- respondió casi inmediatamente Darío, dejando pasar el sorbo de agua en la botella. - La verdad es que yo recién iré a mi casa (continuo) estuve toda la noche en el Cabaret luego de la recepción-.

Al escuchar eso, Sandro relajo los músculos que arrugaban la piel en su nariz botando una delgada brisa que parecía condenada a permanecer detrás de sus dientes que mordían el labio inferior. Cuando Darío se levanto de la banca donde estaban conversando, saludando a su vecino, Sandro aprovecho la movida. Como táctica de guerra se despidió atolondrado casi corriendo perdiéndose entre la multitud caminante de la mañana. 



Los ojos de Sandro tenían la evidencia de la noche. Rojos, caídos, con sueño, pero también con temor a dormir. Sin muchos pasos, con la cabeza llena de ideas drásticas, llegó a la puerta que Darío nunca asegura después de salir. Aquella que cerró la noche anterior antes de regresar a su casa. Una vez dentro su llanto se manifestó a flor de piel. Desgarrador sonido el de su garganta tratando de no expulsar los gritos que buscaban libertad desde que despertó empapado en algo más que sudor esta mañana. Se abrazo arañando sus codos jalando sus raíces capilares, avanzando como a paso de soldado sobre campo minado. Subió hasta el segundo nivel. El final de las escaleras le daba la bienvenida con un charco rojo y el cuerpo inerte de Miranda. 

#G
Anoche, Gercar lo dijo

Fotografía: Gercar PhotograG https://www.facebook.com/gercarphotograg?ref=hl