miércoles, 6 de octubre de 2010

LA NOCHE INCOMPLETA




Las agujetas de Sandro se enredaban en sus dedos, el anillo bañado en oro no era de mucha ayuda. Se desprendió paciente de su pesado calzado, y corrió casi poseído al baño a charlar con el agua, no eran horas para que el sol despertara. Era que algo más que el sudor y un sueño poco llamativo, provocaban cosquillas sobre su amilanada piel. ¿Por qué la emergencia de despojarse de su cálida cama? El otoño, capullo aun, estaba a punto de volar. Cerró la llave de la ducha, la última gota cayó sobre el pulgar izquierdo, estiró un brazo, golpeando la mayólica de la bañera con el otro para evitar caerse y cogió la toalla que ya estaba mojada. Sus nervios los apagó con el café recién filtrado, su estomago lo lleno con las tostadas de los miércoles, pero era martes; sabíamos que Sandro jamás seguiría la dieta para bajar su glucosa al pie de la letra. Afortunadamente no encontró la mermelada casera que tía Greta quincenalmente deja sobre la alacena junto a los espárragos que claman por ser cocinados pues son un poco alérgicos a las telarañas.

Que semblante poco favorecedor, que ojos tan chinos, un desorden total, usando la espátula del primer cajón para calmar la comezón en la parte del revés que nadie alcanza. Si existe un hombre que nunca se sorprende por las nimiedades de la vida ese era Sandro. Lanzó la taza casi intacta sobre el lavaplatos, sopló las trizas de las tostadas restantes que terminaron desmayadas sobre el suelo parquet, cogió el primer diario de la pila de revistas y sobres que el hombre del correo deja en su pórtico; nada mal para un adicto a la televisión que terminaba su secundaria odiando a la profesora Maguiña, mujer vigorosa, ordenaba seis novelas por semestre ¡pobre de aquel que no memorizara la biografía de cada autor! ¡Cero cinco! .Sus manos mojaban el papel de tintas negras, pegaba las letras pequeñas a sus empañados anteojos que necesitaban el contacto con la franela, volteaba la página desordenando las hojas, su índice tendía a empujar el resbalar del armazón por su nariz. Pelaba las mermas que se desprendían de la parte de la uña que está cerca a la piel, y si sangraban introducía el dedo hasta el nudillo en su boca. Sandro jamás escuchaba las noticias, sin embargo ahí estaba la cajita parlanchina aguardando por electricidad a sus circuitos; coloco las almohadas de su habitación sobre el sofá y la mesita del medio soporto la comodidad de sus pies.

Un botón tras otros sufrían el peso de las yemas dactilares. Cansado del mismo ritual, se puso de pie, dejando caer los periódicos de su regazo. Camino un par de pasos, no muchos pues el espacio no era grande. Apoyo las manos sobre el barandal separando las piernas,y  robándole a la calle un poco de aire, respiro profundo.Sus pestañas se juntaron para dar paso a un diminuto instante de laxitud.Abrió nuevamente los ojos; el único aire que habitaba en su rostro era el mismo de la mañana en la ducha, extraviado en las escenas de la noche que apenas acaba de desaparecer con las primeras horas del sol. Pero deposito su existencia sobre sus jeans y una remera que aun le hacía justicia a pesar de dos años sin usarla y diez kilos de más; inapetente piso la ciudad a pasos pausados, sin gracia, sin prisa; mirando las vitrinas de las más prestigiosas tiendas, y curioseando en el puesto de discos.



 ¿Qué rayos les pasaba a Sandro? ¿Donde estaba el teléfono más cercano? En qué momento empezaría la jornada de amistades arribando a su lugar. ¿Ya pronto empezaría a fotografiar las costas de Lima con las olas dominadas por los hombres avezados? Nada de lo que hacia era igual a todos los días antes de anoche. Repentinamente un dedo golpeó su hombro. Antes de voltear un sobresalto lo sacudió en su eje (la conciencia hacia de sus nervios un parque de diversiones) y sudo la gota mas helada de todas. 

- ¿Era tan difícil avisar que no venias?, una voz afónica golpeo el aire tenso que deambulaba en el ambiente.

Un dulce silencio digno de un sordo se dio lugar.Un cuadro tan pálido se trazo en todo segundo. Que frio me dio imaginar el semblante de Sandro en ese momento, con sus labios torcidos dejando distancia suficiente entre ellos para que un mosquito entrara y saliera por lo menos unas cincuenta veces. Era una voz diferente pero reconocible y muy desinformada. Sandro sacudió la cabeza estiró la sonrisa mas simulada, voto sus cerquillos hacia atrás soplando hacia arriba.


- Estuve ocupado toda la tarde desde las seis, ¿Te acuerdas que te dije que si lo terminaba llegaría?, pues no lo termine.- Respondió a aquella voz que parecía conocer.

- ¿Era tan difícil avisar que no venias?- repitió y siguió- Miranda enferma en la casa y tu ausente, no había mucho que hacer- continuo con la voz que se hacía más insoportable en tiempos de gripe.

Sandro, estaba inquieto, deseoso de continuar transitando solo, sin ninguna otra voz que lo atormentara. Pero Darío es alguien de quien nadie puede escapar, el más chicle del planeta Tierra. Y sin ir más lejos su mejor amigo.

- Tus llamadas las tengo contadas, y pensaba devolvértelas quizás en un par de horas más, no amanecí muy bien, llegue cansado anoche.- Respondió Sandro con los labios acalambrados.

- Pensé que no saliste- respondió casi inmediatamente Darío, dejando pasar el sorbo de agua en la botella. - La verdad es que yo recién iré a mi casa (continuo) estuve toda la noche en el Cabaret luego de la recepción-.

Al escuchar eso, Sandro relajo los músculos que arrugaban la piel en su nariz botando una delgada brisa que parecía condenada a permanecer detrás de sus dientes que mordían el labio inferior. Cuando Darío se levanto de la banca donde estaban conversando, saludando a su vecino, Sandro aprovecho la movida. Como táctica de guerra se despidió atolondrado casi corriendo perdiéndose entre la multitud caminante de la mañana. 



Los ojos de Sandro tenían la evidencia de la noche. Rojos, caídos, con sueño, pero también con temor a dormir. Sin muchos pasos, con la cabeza llena de ideas drásticas, llegó a la puerta que Darío nunca asegura después de salir. Aquella que cerró la noche anterior antes de regresar a su casa. Una vez dentro su llanto se manifestó a flor de piel. Desgarrador sonido el de su garganta tratando de no expulsar los gritos que buscaban libertad desde que despertó empapado en algo más que sudor esta mañana. Se abrazo arañando sus codos jalando sus raíces capilares, avanzando como a paso de soldado sobre campo minado. Subió hasta el segundo nivel. El final de las escaleras le daba la bienvenida con un charco rojo y el cuerpo inerte de Miranda. 

#G
Anoche, Gercar lo dijo

Fotografía: Gercar PhotograG https://www.facebook.com/gercarphotograg?ref=hl

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