Si cada vez que abría los ojos en la mañana aun estando a mi costado, me hubiera sentido seguro... entonces no le habría matado. Si cada vez que estábamos juntos me
hubiera acariciado con la honestidad más selecta, sin hacerme sentir el miedo a
perderlo todo... entonces quizás ahorita estaríamos de la mano, cortando flores
con pétalos débiles y tirados sobre el césped del malecón. Mirando el farolito,
quemando un cigarrito, forcejeándonos por un beso o dos.
Me llamaba mucho la atención sus palabras, que ordenadas y escogidas
terminaban regalando a mi oído poesía. Yo me hipnotizaba cual serpiente del
medio oriente bajo su flauta de verdades maquilladas, yo le creía todo, porque
era mi todo. Estaba ciego, estaba conforme, estaba en el peso más perfectamente
equilibrado. A mí medida, a mi calzado, a mis costillas, a mis huesos, a mi
sangre. Éramos uno, aun siento que somos uno. Aun creo que “uno” siempre vamos
a ser.
Perpetuamente sentí sus
dolores. Si se ría, yo también. Si se caía
a mi me dolían sus raspones. Si lloraba sus lágrimas recorrían mis mejillas. Si
temblaba, yo me abrigaba para calmar su frio.
Aun en distancia desde su avión; yo en el puerto, hasta ahí podía oler
su entusiasmo, olía sus ansias, su juego mental, sentía su nudo en la garganta.
Lo malo que hacía, lo bueno lo veía.
En aquella época las vendas hacían su trabajo adecuadamente. Si yo había encontrado el amor en el lugar y espacio más
desalentador ¿Por qué me cuestionaría? ¿Por qué creer que se irá tan rápido como
llego? ¿Por qué temer ser feliz? No me he pasado por encima de nadie, no le he
hecho nada a nadie, ¿No merecía acaso vivir esta fabula que al parecer se hacía
a cada paso realidad?
Uno tras otro los puntos blancos casi consecutivos y en otros casos, uno
encima de otro, hacían una línea no precisamente recta. En realidad no importaba la forma, de todos
modos terminaban en el fondo de las vías respiratorias de un inhale profundo y
seco. Que remueve cada recoveco del cerebro. Y yo veia bien todo lo malo que hacía. Yo aprendí instruido de su mano.
“Las perras no tienen nada que perder… ya perdieron todo de la cintura
para abajo y a veces desde el busto…”, conversaba con sarcasmo tratando de hacerme enojar con sus vulgaridades.
“Sos desagradable “(en acento argentino) le decía en mi afán de sacarle
una sonrisa a su cara, a su ser tan desabrido pero que me estimulaba hasta
segregar cariño en masa.
Nuestras conversaciones eran puntos de vista. Un día le tocaba ser el bien y a mí el mal. Cada uno defendía el
punto de vista de esos dos polos, otros días cambiábamos de roles. Eran nuestras noches de insomnio donde perdíamos
el tiempo en situaciones ficticias. Si no estamos de acuerdo en algo, un roce
de mis dedos sobre sus nalgas y su boca
sobre mi elemento, calmaba las chispas, para incendiarnos por completo.
Cuando nuestras chispas no coincidían…
era los días negros. Nos alejábamos, nos despertábamos uno distante del otro a
vivir el día a día en solitario. Hasta que en la mayoría de casos yo, caminaba
hasta sus pies para besarlos e implorar
por su misericordia. Cuando le tocaba arrepentirse, no hablaba, lo único
que hacía era escribir con lápiz y papel todas sus tonterías y poesía chatarra
en un sobre y lo camuflaba sin esfuerzo bajo mi almohada. Algo medieval y prehistórico
como una carta funcionaba para mí. Doblegaba ante su indómita mirada que continuaba,
que salía de su puño y letra.
Era maravilloso jugar como dos niños que no pensaban en el mañana, en la
oficina, en la rutina, en el desayuno ni en la cena. Solos, haciéndolo. Imitándonos.
Uniendo nuestros fragmentos mientras los lanzábamos al viento. Presentaba un “descanso medico” de fiebre
ficticia y terminal mientras que yo pedía mis vacaciones; y abracadabra, el
mundo era nuestro.
Aquella noche el Dom Perignon que
le robe a mi vieja antes de irme de su casa, esperaba en el hielo. Copas, glamur,
brillo, mi camisa semi abierta como su boca que mordía las fresas que
chorreaban le fondue. Entonces se lo dije... no podia mas, no podia callarme algo que me quitaba el apetito de seguri comiendome sus mentiras...
Su piel estaba manchada, marcada. Había impurezas que no eran mías, no eran mis caricias la que su epidermis tatuaba sobre sí. Y se lo dije.
Su piel estaba manchada, marcada. Había impurezas que no eran mías, no eran mis caricias la que su epidermis tatuaba sobre sí. Y se lo dije.
“Que te pasa, sigues fantaseando una escena para un buen polvo?”-
Fresca como una lechuga fue su cara, su gesto su mentira. En el fondo del estomago al lado del diafragma o en el hígado, donde mierda fuera. Algo que se llama intuición destilaba mis sospechas. Y se lo dije nuevamente....
Fresca como una lechuga fue su cara, su gesto su mentira. En el fondo del estomago al lado del diafragma o en el hígado, donde mierda fuera. Algo que se llama intuición destilaba mis sospechas. Y se lo dije nuevamente....
“Tus falsos amigos nuevamente haciéndome un lobo feroz para su amiga caperucita” - me burlaba mis reclamos.
Ante su desfachatez, entendí tarde a mis amigos… ellos trataban de descoser mis pestañas hechas hilos que mi amor zurció, oscureciendo mi vista. Yo me sentia soy feliz en mi ceguera. Yo siento que soy grande, y un error de los
grandes, puede hacer de la caída, eterna.
-“Te siguieron, te vieron”. Le dije.
-“Y yo que te he dicho… ODIO quedarme sin mi espacio, ósea que ahora no confías
en mi sino en tus amigos… ellos no te besan, ellos no te abrazan, ellos no te
hacen el amor, como yo te lo hago”.
-“Si el rio suena es porque perras trae”
-“Ve a preguntarle al rio entonces”
-“Sabes a que me refiero, esas habladurías no nacieron del aire”
-“No pues nacieron del orto de tus amigos celosos”
-“¿Por qué me engañaste?” (Y con qué talento lo hacía, parecía sacado de Mr. Ripley)
-“No te he engañado. Acaso huelo a alguien más? Acaso este beso (me besó)
sabe a otros labios? Acaso mi piel tiene manchas que no son otras más que las
tuyas?”
-“Mírame, mírame y ten un poco de pena por mí, porque no dejas tu
pantomima histriónica”
-“Claro… when
work is done, the bitch must go… osea que ahora me tengo que ir”
-“Nadie te está corriendo”
-“Sabes que no necesito de tu asilo, quédate con tus amigos, y despídete
de mi confianza”
Y se fue. Sin llevarse sus cosas, solo una casaca, que le regale en año
nuevo....
“No te enamores de mí” me decía “Te voy a hacer daño” me repetía entre risas. “Bailaras en mis manos” me advertía entre más risas gileras y picos de amante bandido. Dos niños que recién empezaban un romance travieso, pero el más majo para mí. Maniobrando bien mis emociones. “Tengo mis momentos, puedo ser mas perra que tu” le respondía de piconeria a su altanería.
“No te enamores de mí” me decía “Te voy a hacer daño” me repetía entre risas. “Bailaras en mis manos” me advertía entre más risas gileras y picos de amante bandido. Dos niños que recién empezaban un romance travieso, pero el más majo para mí. Maniobrando bien mis emociones. “Tengo mis momentos, puedo ser mas perra que tu” le respondía de piconeria a su altanería.
Quién diría que todo era verdad. Aun con la foto, la prueba de su cinismo, en mi smartphone. aun asi seguía sosteniendo su mentira como a un caballo de fuerza que domaba para que no se les escapara una pizca de escrúpulo y culpa.
Ahora que los meses han hecho su trabajo y su muerte ha sido como una amnesia oportuna para olvidar esa novela que me hizo vivir, siento que nunca se equivoco... quizás yo seguiría bailando en sus manos si pudiera pero ahora lo hago sobre su tumba.
Te quise aunque hayas muerto...
en mi memoria.
#G
Anoche, Gercar lo dijo
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