A la medida… una persona a la medida. Encontrar alguien así puede llegar
a ser el trabajo más arduo, largo y perpetuo. No existe, o al menos no existe
en los primeros años de inexperiencia, donde se puede meter la pata hasta el
subsuelo si quieres. El calendario es sabio y sabe en que fecha poner alguien
que calce con tus pensamientos, tus actos e ideales.
Volver al verano del 2003, ha sido una pesadilla que me quitado el sueño
en estos días. Ha sido sin duda uno de mis favoritos e infernales. Si no morí
de calor, morí de amor, y el arma: un skate. Eran esos días a finales del 2002
que sonaba Avril Lavigne en MTV complicando mi existencia con su música. Y la
onda skater boy se puso en boga, el
que menos pidió a papa Noel o a su tío con billete como regalo de navidad, una
tabla(aka skate). Ya sea para aprender a montar,
para pertenecer al grupito cool del
barrio o para no estar desentonado con la moda del verano.
El verano se volvió metálico. Las vestimentas se volvieron neo punk, púas
y remaches se enroscaban cual serpientes en las manos, y cinturones. Los pantalones
perdieron basta y medidas llegando hasta por encima de los tobillos muy por
debajo de las rodillas, “tipo chavito” o ¾ de largo. Las niñas con pelo lacio
largo y los chicos decretaron que el peine era un ser despreciable en esta
temporada y lo desterraron de esos años. Los tatuajes poco a poco ganaban más
adeptos en su versión más hipster,
creo que estos años es donde nace esa “onda”.
Los polos eran negros, tan negros como el contorno de los ojos por el abuso
indiscriminado del rímel. El calzado rey era las converse, all star, vans, y derivados. Mientras más grandes
mejor. Mientras más agujetas mejor. Y todo el mundo se esforzaba por agregar a
su outfit un complemento distintivo,
para marcar identidad o crear una personalidad.
Yo tenía mi skate pero la fiebre me duro solo dos semanas y volví a la
bicicleta y los patines en línea. Ella, sin embargo, no bailaba ballet ni
tocaba el violín pero su actitud rock, me llenaba de arte los pulmones y llevaba
en la vena el skate como el musculo que bombea su sangre. Su caminar era mecánico
y sus ojos eran una manzana envenenada que te dormía despierto, una felina
mirada que podía convertirte en su presa. Le temía. Mi mundo se ahogaba con facilidad en sus ojos.
Mi grupo era gigante, por eso nos perdíamos entre todos. Pero en la
noche quedamos los sonámbulos conversando en las escaleras de mi edificio,
frente a mi puerta. Una manchita muy chibola, teníamos 13 y algunos 14 y ella
15. Éramos un mix de edades que llegaban a veces, dependiendo de los días, a
18, 19 o 20. Los sábados era lo mejor, todos estaban fuera de sus jaulas
escolares y universitarias. Y nuevamente mi escalera se llenaba de conversación,
chistes y anécdotas.
En las tardes jugábamos baseball y corríamos sobre las ruedas del skate
y los patines. Georgina, no era mi amiga, pero hablábamos de vez en cuando, era
parte del grupo, nueva pero ya se había ganado a todos. A Paco, a pepe, a Pipe,
al “Loco”, al rata, a todos y a mí. La chica
del skate le daba la nota felina, glam y semi andrógina al grupo. A veces llegaban amigas de ella y el grupo se hacía
más baboso (por nuestras babas derramadas ante tanta chibola).
Un buen día sábado por la mañana, mi tenebrosa madre, me pide lo mismo
que cada sábado que no tengo clases y ella duerme hasta tarde y yo me levanto a
jugar play, “Hijo, un favor”: comprar
el dichoso pan de cada día, pero no hay nada de malo en eso, si la panadería
estaba a un paso y medio, lo malo era que ella quería el pan del supermercado
porque ahí es más rico... Y yo obediente iba con la auto-condición, sin aviso y
delictiva de quedarme con todo el cambio del mandado J
Baje con mi poleron gigante y ella esperaba sentada en la silla del hall
principal del primer piso. Sentada como esperándome o como esperando a quien sea
que bajara para empezar el hueveo. Nos saludamos
con el saludo del grupo, una pieza bien coreografiada de manos, que consistía en
un estrechón leve, sube y baja de puños,
desliz de dedos, codo con codo y palmadita en el hombro. #Impecable. Luego me acompaño
a comprar el pan, sin explicación alguna ni burlas de por medio, y yo que
pensaba que era una ruda y streetwear
girl. Nada que ver, era de hecho muy adorable, bromista, y tenía un poco quizás
de boba niña nice. Termino cayéndome
mejor hablándole de lo que me caía solo viéndola. Era agria en grupo pero dulce por en confianza.
En el supermercado nos burlábamos de los precios y abríamos gaseosas y
algunas bolsas de chizitos y si
seguridad nos veía, argumentábamos que lo pagaríamos luego, algo que nunca hacíamos.
Se subía en el coche de rejillas y la empujaba haciendo mejores piruetas que el
skate, que flip ni que ollie,
tenerla jugando conmigo era el mejor deporte para mí. El gusto por ella se hacía más dulce. Y desde
entonces se volvió una tradición, cada sábado por la mañana ella me esperaba
abajo para ir a comprar. Y si creían que una dama no puede ayudar a un hombre
se equivocan, ella también cargaba las bolsas. Su compañía era el hit del
verano.
Pero esa magia era puro cuento, pues si bien era buena onda conmigo y
hablamos de todo y cantábamos baladas cojudas de la época, ósea todo era a solas, de a dos. Pero cuando no estábamos solos,
ella me hacía creer con su actitud que el grupito era un ejército donde todos
esos colores vivos que veía en ella, se veían opacos y no había lugar para
risas coquetas. Era ruda, y si hablábamos era muy breve. Guardaba todo ese encanto en las ruedas del skate, que ella hacia bailar en las
veredas de concreto del parque y las gradas del condominio. El verano quemaba
pero sus jóvenes curvas quemaban mas, el color de su piel le robaba al sol ese
brillo de sudor que paraliza a cualquiera. La felina mecánica era la joya entre
tanto metal. Una geisha que me dejaba igual de palido, mientras ella se quedaba con todo mi color.
Cuando estuve enfermo una semana, en cuarentena total, tuve que
permanecer en mi cuarto. Y mi ventana daba a las gradas, la veía sobre la tabla
haciéndola sonar contra el piso, salto tras salto hasta lograr el truco. Su cabello
corto coqueteaba con el aire para mis ojos, el sol le daba permiso a sus rayos
para que rosen su piel tostada, su bronceado era perfecto. Sus ojos eran dos
esmeraldas que dibujaban la mirada de una minina ruda. Como me gustaba, y eso
se hacía cada vez más evidente. Al punto que algunos ya me hacían bromas y
sonidos chibolescos cada vez que nos veían conversando #wuuu.
No importa el desenlace de esta historia, al menos en ese tiempo, todos
los sábados como si la programaran con chip o disco duro, ella era mecánica
que me esperaba como robot, quieta y con la mirada al horizonte, sentada en la
silla del hall del primer piso. Y listos nos íbamos por el mundo (porque se convirtió
en mi mundo) a hacer de las nuestras en el supermercado. Y en la noche cada uno
con su gente en el grupo hacíamos lo que queríamos, ya sabíamos nuestro código.
Lo nuestro era sabatino, matutino.
El calendario me regalaba buenos recuerdos. Y sus ojos gatunos brillaban
más cuando nos reíamos y me encantaban como una moneda hipnotiza en un péndulo,
yo podía obedecer todas sus órdenes si ella me las decía. Su belleza y su
feminidad atípica me fascinaba, ya les había mencionado lo de su manera de
caminar… parecía un mecanismo robótico tan tierno como un R2D2. La cosa mas agridulce que mi lengua jamas probara.
uhu aha Life’s like this… that’s the way it is…
Chill out what you waiting for?….
Esos me cantaban mis amigos… mi proceso de encantamiento (vale decir
gileo) era más largo que cochera de tren o chalina de jirafa… mis dedos no me
alcanzaban para contar la cantidad de veces que pude robarle un beso y no lo
hice. De alguna manera, me desanimaba que en grupo seamos distantes, y si se
hacia mi novia íbamos a estar así también? Todo era so complicated…
Pero así como marzo marca los primeros días del fin del verano, el loco (no
tan amigo mío) marcaba mis días de ilusión, cuando se le mando a Georgina y la
hizo su novia en un abrir y cerrar de ojos… He
was the sk8er boy… él era el verdadero héroe de su historia, nadie hacia
acrobacias como él. Y ella siempre hablaba de él, pues yo pensé que era admiración.
No sé cómo no me di cuenta antes de que algo ahí se estuviera cocinando,
mientras yo me freía... mientras lo mío era mas soft ella quería algo más
hard… Y entonces me estrelle contra el muro y aprendí la primera lección, camarón
que se duerme…se le pasa el tren… el tren de las ilusiones que se puede
estrellar en tu paradero.
Lo que no fue ahora, no lo será jamás. O avanzas o te quedas sentado
esperando quizás para la eternidad…
#G
Anoche, Gercar lo dijo
FOTOGRAFIA: DEVAN PLANTAMURA
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