Me desperté dos minutos antes de
que suene la alarma, uno de esos momentos en que no quiero despertar, por dos
razones; la primera tengo sueño, la segunda quiero seguir soñando con el chico
misterioso del bus. Pero ese, no era un sueño, al apagar la alarma, justo
debajo del celular, observé el boleto del bus con los números, y la misteriosa
letra H.
Mientras en la ducha el agua se
llevaba el resto de sueño, mi cabeza no dejaba de pensar en lo que paso y en
las opciones de la H. Debe ser su nombre. Muda, como mi lengua cuando me
entrego el papel. Complicada letra, aunque no hay muchos nombres. #tuttifrutti
Llegue al paradero de mi casa, la
mañana era hermosa, el sol secó casi toda la lluvia de ayer, incluyendo mis babas
de la emoción. El bus llegó rápido y subí de inmediato. Saque mi libro y fui
directo a la página en que deje el separador y empecé a leer o al menos lo intente, todo lo que leía era
pura H. Este bus, que me lleva al trabajo, no es el mismo que uso cuando
regreso a casa, por ello el chico de la letra H no lo encontraría a esa hora y
en esa ruta, solo al regreso, cuando yo decidía tomar la otra línea del bus que
pasaban más seguido.
Por fin pude concentrarme un poco
en mi lectura, pero volví a distraerme cuando lo vi subir al bus, en el
paradero que sigue al mío. No cabe duda que es él. Sigue igual de lindo que
hace años, me pregunto cuántos años han pasado ¿12 años? Wow, eso suena mucho
tiempo y yo apenas tengo 26. Si mal no recuerdo, yo estaba en segundo de
secundaria y él (el chico que acaba de subir al bus) estaba en el último grado.
Se sentó en el asiento frente al
mío, lo vi de reojo. Me observo un buen rato “¿Me reconoce? No puede ser. Eso
paso hace tanto tiempo…” Me sentí extrañamente avergonzado. Finalmente sonrió,
y me saludo “Hola!” con un gesto de mano. Le devolví el saludo, saliendo de mi
asombro. Fue un saludo cordial de dos personas que iban al mismo colegio.
Ay el colegio… es el último lugar
a donde regresaría. Pero no todo fue tan malo, hubieron momentos divertidos y que
marcaron, como por ejemplo, cuando conocí al chico que saludé hace un momento,
no sé si sabe mi nombre, pero yo si me acuerdo el suyo perfectamente, A (así lo llamaremos, otro letra).
A y yo nunca fuimos amigos ni nada que se le parezca. Él era el
chico popular, guapo y amigo de todos, y yo era el outsider, low profile y, en español, un cero a la
izquierda. Entonces ¿Cómo es que nos conocemos? Solo hablamos una vez, cuando
me pregunto por una amiga…
Todo comenzó cuando lo vi por
primera vez; yo subía las escaleras como loco para llegar a clase de
literatura, ya era tarde, pero quizás llegaba antes que el profesor. Mientras A bajaba, al igual que yo, a toda
velocidad, y como un cliché de telenovela mexicana, chocamos como dos buses
limeños, y casi caigo, si no fuera que A me agarro del brazo y me ayudo a
recuperar el equilibrio. “Disculpa, no te vi” (las ventajas de ser invisible) y
se fue.
Nunca lo había visto antes, desde
ese momento, lo vi en todas partes, cafetería, patio, biblioteca, en el baño…
Hasta que un día lo vi con su novia, la chica popular (obviamente) y sus amigos,
los chicos y chicas más lindos y estúpidos.
Pero A no era como ellos. No quiero que esta historia suene como el
cliché épico escolar. Así que saltare a la parte más importante. Una amiga de
A, que iba en el mismo bus escolar que yo, era buena conmigo, siempre
conversábamos. Un día le pregunte por él, y me conto muchas cosas buenas de él,
aunque no parezca por la gente con la que es amigo, y la insoportable
enamorada.
“Yo tengo una amiga que le gusta,
se muere por conocerlo…”, le dije. “Si me dices quien es, se lo puedo presentar”
respondió ella, en un tono de voz pícaro, con toda la astucia y certeza de saber
que esa amiga no era real. Yo no me di cuenta de nada y seguí mintiendo: “No!!,
ella es muy tímida, se moriría de la vergüenza solo de acercarse”. Dicen que
las hadas madrinas solo existen en los cuentos. Ella sonrió aún más y dijo (como
palabras mágicas) “Entonces que lo llame”… Arrancó un pedazo de papel de su
cuaderno, y (con su varita mágica que era un lapicero Faber Castell) anotó el número
y el nombre completo de A; me lo entrego “Dáselo a… tu amiga”… En ese tiempo no
existían redes sociales, ni teléfonos inteligentes, ni nada útil para
contactarse con alguien. La única forma de hacerlo era llamando a su casa, lo
cual era muy comprometedor y, digamos, era algo muy privado.
El bus freno fuertemente y desperté
de ese recuerdo de colegio, A ya
había bajado del bus y ni cuenta me di. No se despidió tampoco. Llegue al
paradero cerca de mi oficina, recordé tantas cosas de la secundaria, que llame a
una amiga del colegio para que almorcemos.
No pude evitar comparar ambas
historias. Números telefónicos anotados en papeles, chicos que van en buses. Si
llamo a H, ¿Me sucedería lo mismo? No me gustaría experimentar nuevamente lo que
sucedió hace años con A (Pero esa,
es otra historia, y no acabo nada bien).
A la hora de almuerzo, Mía, mi
amiga del colegio, me dio el encuentro en el restaurant donde cada vez que
podemos nos juntamos a almorzar; le conté todo lo que paso con el chico
misterioso del bus, cuyo nombre empieza con H. Mientras hablábamos de chicos y
buses, también le pregunte si se
acordaba de A, el chico del colegio,
que encontré hoy en el bus de la mañana. Vagamente, pero si le pareció familiar
la descripción y el nombre “Si, creo que era un chico muy guapo” me dijo. “Aún,
lo es”. Pero, A es pasado, en cambio, H un futuro incierto.
“¿Y qué vas a hacer con el chico de la mirada misteriosa?” En ese
momento, sabía lo que pasaría. Si yo llamaba a H, podría suceder dos
escenarios, el primero, que quiera una cita. El segundo (más probable) empezar
una conversación con mensajes llenos de emoticones subliminales hasta que
finalmente se concrete un encuentro; y ese día, el del encuentro, se desatarían
dos bestias hambrientas que han encontrado carne en un mundo de vegetarianos.
Tampoco soy un mojigato, mis
piernas saben temblar ante un buen ataque. Si me seduce ¿Cómo puedo evitar caer
en tentación? Me ha entregado la llave a su puerta. El número telefónico
anotado en un boleto de bus… el zapato de la cenicienta. Cada número una migaja
de pan que deja el rastro de camino a la cueva del lobo.
Son sus ojos mi problema, mi punto
débil y kryptonita. Si no tuviera esos ojos, quizás ya me habría olvidado y
seria otra cara bonita que deslumbra a quien sea. Pero NO. Esos ojos me fascinan.
Desactivan mis neuronas y no puedo pensar en nada más que lanzarme encima, treparme
hasta su boca y traducir cada página del kamasutra. Pero tengo miedo, es un
completo extraño. Quien sabe realmente cuáles son sus intenciones… Pero esos
ojos, esa boca, esas piernas… solo de recordar su voz, mis venas empiezan a
endurecerme.
Estoy entre la espada y la pared,
amiga. Entre las llantas del bus y el pavimento. ¡¿Qué esperas?! ¡Llámalo!, me decía ella en tono de risa. En
realidad es algo que varios amigos me dirían, y a mí, me lo gritan todas las hormonas
del cuerpo. Y en ese momento, mientras fantaseaba con lo que paso en el bus de
ayer, mi amiga en un arranque de locura adolescente que la caracteriza, cogió el boleto del bus y corrió hacia la
puerta.
¡¡¿Qué haces estúpida?!! Le grite
a la muy atolondrada, mientras la perseguía, después de pagar la cuenta. “Te estoy ayudando” dijo riéndose.
Tremenda inconsciente y arrebatada. Mi dignidad pendía en estos momentos de mi
velocidad.
Logré alcanzarla, y le quite el
teléfono de la mano tan violentamente, que se me cayó, y como si todo estuviera
conspirando en mi contra para avergonzarme en público, al caer, el golpe activó
el alta voz. Habían pasado dos timbradas desde que ella marcó, y una más desde
que cayó al suelo. A la cuarta contestó…
-“Alo?”
Esa era la voz de H.
Continuara…
Gercar lo dijo
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