En el norte del mundo se está desatando una serie de eventos desafortunados, la nieve que se suponía cubriría el cerro donde se deslizan unos cuantos ilusos, carece de su tierra blanca. Mientras yo me despierto todos los días con las narices obstruidas, la voz desaparecida; y el cabello aceitoso, despeinado y maloliente.
Los pantalones me quedan largos, y los ronquidos despiertan a todo ser viviente a la redonda. Mis dedos se molestan entre si haciéndose sonar unos con otros, mi garganta suplica por una píldora que le arrebate la toz necia e insistente que se niega a abandonarla. Las ventanas se llenan de sudor al igual que mi espalda, mis ojos van creciendo conforme nace el día. Las tostadoras despiertan el apetito y duermen el hambre. Los chocolates se amontonan en el rincón del cajón, esperando una lengua golosa y diabética que acaben con ellos.
Con las primeras gotas de la ducha, llegan las jornadas a mi cabeza, y me duele pensarlas porque me duele realizarlas; también me duele la garganta aun. Cuando acaba el ritual de aseo, salto a la cama para repasar el sueño y cantados los cinco minutos me avecino a la intemperie, donde las condiciones extremas no perdonan, y el frio se filtra por mis dedos, alborotan mi nariz, menea mis dientes y samaquea mi cuerpo, como una gelatina que hace lo suyo en la cuchara antes de morir en la boca.
En mi día, conté velas y sople los números, para olvidarme que pueden dominar mis horarios complicados. Y canté con voz afónica cualquier música de la aleatoria del iPod, tome fotos de mis expresiones para definirlas, hable con voces serenas que me transmitían eso, serenidad. Mi almohada está a punto de renunciar a mis secretos y ronquidos. Pero es la única que he conocido que no sabe reprocharme nada, sus plumas de humedecen por mi culpa.
En las madrugadas, nada vive; me acuesto con la idea de que el sol derretirá la nieve de mi humor y poder salir al patio a jugar con los niños. Si mi paciencia no cae a pique, puedo generar vida en mis recovecos más muertos; si hay semillas y agua puedo obtener frutos. Espero hacer la fotosíntesis correcta para dar sombra y no sancocharme en el entorno en el que habito. Mientras tanto daré de alta a mi cabeza para que no siga en el ajedrez, matando su energía dominando a las piezas, el peor jaque es vivir solo en tu cabeza.
#G
Anoche, Gercar lo dijo
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